Nov 3, 2023
Nos estamos encontrando
Los textiles no solo cumplen la función de vestir y abrigar, sino también la de mantener un relato cultural vivo.
Por
Milagros Colodrero
En octubre del 2022, durante el comienzo de la siembra temprana, llegué a Mater Cusco junto a mi compañero Alejandro Bidegaray y a mi hija pequeña Amanda Libertad para realizar una residencia colaborativa junto a las Warmis de K´acllaraccay. Mi propuesta trataba sobre la memoria, la identidad y el territorio abordando el textil como espacio narrativo. Tocando como premisa el hacer a partir de lo que sucede en el encuentro y la vivencia de compartir el tejido en la cotidianidad de la comunidad, nos embarcamos como familia en esta bella aventura de adentrarnos en todo eso otro que se teje mientras se teje.
Los textiles no solo cumplen la función de vestir y abrigar, sino también la de mantener un relato cultural vivo. En los valles alto andinos la herencia textil se palpa en todos los rincones, es difícil pensar en los Andes sin pensar en el tejido. Los habitantes de estas latitudes suelen llevar en el cuerpo, el tiempo y espacio en el que viven, como vestido. Así manifiestan su identidad, plasmando a través de colores y símbolos, el territorio, la vida y la experiencia comunal, en esta piel social que es el textil.
A veces hay ausencias, fracturas y eso también nos cuenta la historia de un pueblo. Las técnicas tradicionales entran en desuso y otras foráneas se cuelan por las grietas, haciéndose parte del cotidiano. En K´acllaraccay hay hilos, muchos hilos, como en ninguna otra comunidad que yo haya conocido, pero en apariencia el tejido en telar de cintura, parecía algo perdido y fue excavando o tramando profundo, donde aparecieron como tallos verdes entre los hilos, los relatos, gestos, recuerdos y un saber intrínseco que da cuenta de una memoria que pulsa por mantenerse viva.
K´acllaraccay es una comunidad que brota entre montañas en las alturas de Urubamba, con casas de adobe, techos de teja y balcones de madera, a la que se llega por un sendero luego de una caminata ascendente entre chacras recién aradas, cabuyas y k´acllas, pastores y ovejas y el abrazo de los Apus Wañinmarcca, Verónica y Chicón que rodean la región. Son 40 minutos de caminata desde Mil Centro y el imponente sitio arqueológico de Moray. Un primer caserío anuncia la cercanía del pueblo, animales sueltos, mujeres con sus bultos o keperinas en las espaldas y hombres cargando grandes herramientas camino a sus chacras, dan la bienvenida a esta pequeña y aislada comunidad.
Aquí reside una agrupación de mujeres hilanderas y tintoreras, dieciséis mujeres inolvidables con quienes, junto a mi familia, tuve la maravillosa oportunidad y enorme privilegio de vivir una de las experiencias más profundas y transformadoras de mi camino como tejedora; Elba, Ceferina, Inés, Gregoria, Modesta, Benita, Nelly, Virginia, Yolanda, Claudia, Purificación, Francisca, Ceferina, Blanca, Ceferina, y también Eva, juntas son las Warmis de K´acllaraccay.
Warmi, mujer en quechua, no es meramente el nombre del colectivo. Warmi se utiliza también como una adjetivación, una disposición de la mujer a hacer y aprender a hacer. Su contrario es wailaka, utilizado para definir a una mujer que no sabe o a veces no tiene la voluntad para aprender. Pero también es un estado variable, una mujer puede ser warmi para algo, y un poco wailaka para otra cosa. Y eso puede variar a lo largo de una tarde o de un encuentro, causando risas y también tensiones que pueden abrir intercambios y nuevos aprendizajes.
Atravesadas por esas variaciones entre warmis y wailakas, por las que fuimos rotando a lo largo de nuestros encuentros, aprendimos sobre el tejido, los vínculos, las historias de vida y la interculturalidad mientras tejíamos una pieza colectiva y una hermosa amistad.
Comenzamos narrando el paisaje partiendo de los colores que las warmis obtienen de las plantas de la región, según lo que brinda la tierra en cada temporada. Juntas pensamos una paleta de color que llevarían los hilos que ellas hilan sin cesar. El calendario agrícola sería nuestra guía. Lo que haría visible nuestro tejido representando la temporada seca, la húmeda y la floración de este territorio, en tres paños tejidos con tres técnicas de telar hermanadas, pero culturalmente diferentes. Telar de cuadros para la temporada seca, peine fijo adaptado a cintura para la temporada de lluvia y finalmente el telar de cintura para el florecimiento de la primavera, representando la revitalización de esta técnica nativa y milenaria.
En casa de Elba, una de las referentes del grupo, nos damos cita para compartir e intercambiar saberes. En el centro del patio hay un telar a pedales. No es un telar nativo, pero es el que nos convoca, el que nos reúne. Somos pocas al principio, pero rápidamente las warmis se van contagiando y con el correr de los días van llegando al patio de Elba, alternándose según sus actividades con el rebaño y la chacra.
El primer intercambio fue un nudo, diferentes formas de anudar. Atando y desatando, poco a poco, nosotras también nos anudamos, juntas, alrededor del telar. Milagros, Mila, warmicha, ñañai. Las formas de nombrarme se van ablandando. El tejido nos encuentra, nos acerca, construimos a través de él un vínculo. Khipu, mini, allwi, risas, palabras, silencios, miradas. Tejemos y nos acercamos, tejemos y nos reconocemos. No hablamos la misma lengua, pero habitamos el mundo compartiendo el mismo lenguaje: el de los hilos y las manos. Vamos tejiendo a través de él un código paralelo, una forma de estar en el mundo.
Todo tejido en telar se produce por el encuentro entre dos partes: urdimbre y trama. Como los hilos, nos fuimos encontrando, acercándonos, distanciándonos y volviéndonos a acercar a lo largo del tiempo compartido. El tejido también implica tensiones, se necesita de ellas para que no se enreden los hilos. Nuestro encuentro también los tuvo cuando nos enredábamos como los hilos al viento. A veces el entendimiento llega a des-tiempo, en un tiempo, y muchas veces también en un espacio diferente. Entonces aprendimos a tensar nuestros hilos, un poco de chicha, silencio, pensamientos y risas y a veces también lágrimas al entender que en esa tensión también nos estábamos fortaleciendo.
Escondido en cada trama de nuestra pieza hay guardado un tejido simbólico paralelo cargado de sentimientos y sentido, es el relato que narra nuestro encuentro, en el que caminamos juntas la memoria para darle lugar a los deseos y necesidades de este presente y desde ahí mirar al futuro. Esa pieza textil que se encuentra expuesta en Mater, es un camino lleno de semillas de las que ya están brotando nuevos tejidos que continúan fortaleciendo el hacer colectivo de las Warmis y la revitalización y puesta en valor de una técnica estrechamente ligada al mundo andino.
Quiero agradecer a todo el equipo de mater iniciativa y Mil Centro por la calidez y la apertura y especialmente a Verónica Tabja por haber sido puente para que esta experiencia sea posible de la forma que fue y en la forma en que sigue siendo con el correr del tiempo. Agradezco profundamente a mis hijos Pedro y Amanda por acompañarme en mis andanzas cada uno a su manera, y a mi compañero Alejandro Bidegaray por el equipo que fuimos en esta inmensa experiencia, por su sostén, su compromiso y su mirada sensible sobre el encuentro que quedó plasmada en las fotos que acompañan estas palabras. Y finalmente, agradezco a las Warmis, por abrirnos las puertas a la intimidad de su agrupación, de sus casas y de sus vidas y transformar la mía para siempre.
Fotos: Alejandro Bidegaray