13 oct. 2024
Tubérculos Amazónicos
Las raíces que los pueblos indígenas Shawi buscan preservar.
Por
Macarena Tabja
Contando historias, los alimentos son algunos de los mejores narradores, y en el territorio peruano tenemos una inmensidad de relatos. Convocados por una serie de productos que hablan de identidad, tradición y origen, nos adentramos en la Amazonía de Yurimaguas, en el departamento de Loreto. La motivación por aprender y los breves tres días del viaje quizás se traduzcan en algo de impaciencia por llegar. Pero los largos caminos de la selva nos dan la primera lección: liberarnos de los ritmos de la ciudad y disfrutar del recorrido.
Tres horas de carretera separan a Yurimaguas de Tarapoto, a donde hemos llegado primero. Somos cuatro mujeres con distintas experiencias, compartiendo un encuentro en común. Vamos en un carro que zigzaguea sobre el asfalto abierto entre las curvas de las montañas. De vez en cuando se rompe el silencio con alguna pregunta dirigida a Valeria y Rosa, nutricionistas y parte del equipo de Mama’Imin, un proyecto dedicado a preservar alimentos amazónicos tradicionales junto a dos comunidades del Pueblo Originario Shawi, al que Mater se ha sumado mediando este encuentro. Mama’Imin quiere decir “la chacra de mamá” en Shawi y es liderado por la doctora Carol Zavaleta. Lleva años de trabajo con este Pueblos Originarios Shawi, el tiempo necesario para construir vínculos de confianza con ellos. A partir de la siembra de semillas de diversos tubérculos ancestrales, Mama’Imin junto a un grupo de mujeres Shawi, buscan la manera de mitigar los desafíos climáticos que afectan su entorno y ponen en riesgo su seguridad alimentaria. También trabajan para que no caigan en el olvido.
La sachapapa morada y la uyuwan son alimentos ancestrales y parte de la alimentación de Pueblos Originarios amazónicos como los Shawi, quienes buscan preservarlos mediante la siembra y consumo.
Poco antes de las siete de la mañana, vamos camino a la comunidad Nuevo Progreso, a una hora de distancia de Yurimaguas y donde viven familias Shawi con las que colabora Mama’Imin. Nos esperan las madres que han sembrado y los asistentes Shawi para acompañar la cosecha de los tubérculos. Raíces como la sachapapa morada (yara ma’ma), blanca (wiri ma’ma), mezclada (u’yuwiyu ma’ma), la yawira’, yu’wira, uyuwan, manshan, y el dale dale (sha’yu kara) están listas para salir de la tierra y dejar que nuevas siembras continúen el ciclo. Esta permanencia, sin embargo, no es siempre igual, y eso es bueno. Cientos de años de intercambio de semillas con otras comunidades posiblemente generaron cambios en las texturas, colores, sabores y resiliencia mediante cruces naturales en las siembras, entretejiendo herencias y diversidad.
El sol se ha expandido en el cielo despejado, podemos sentir esos más de treinta grados de temperatura, usuales durante el verano amazónico. Hemos llegado a Nuevo Progreso. La comunidad se ubica al lado de la pista, pero eso no ha cambiado a sus habitantes, que mantienen las costumbres de sus antepasados. Ofrecer masato a los invitados es una de ellas. El masato nace de una raíz que se extiende a un legado de tradición. Las recetas se transmiten de madres a hijas y se aprenden haciendo. En la Amazonía la yuca se vincula a quienes la cosechan, la transforman y comparten.
El masato es una bebida fermentada a base de yuca. Tradicionalmente se mastica la yuca para comenzar la fermentación, pero la preparación puede variar. En Nuevo Progreso algunas mujeres mezclan yuca con sachapapa morada y la trituran en vez de masticarla.
Van y vienen las mocahuas, colmadas con la bebida fermentada. Son recipientes de barro hechos a mano por las mujeres Shawi. En los bordes, líneas irregulares rojas y negras, trazadas con pigmentos naturales, hablan de la cotidianeidad. Los rosados intensos de algunos masatos, que combinan yuca con sachapapa morada, nos sorprenden. El tiempo y las experiencias van moldeando la forma de prepararlo, masticar la yuca como proceso de fermentación ya no es la única manera. Tubérculos más dulces como los camotes se suman a la preparación de esta bebida, que ahora también se elabora triturando la yuca en el batán. Lo que sí se mantiene es el consumo. Se toma antes de ir a la chacra y al volver, cuando hay invitados y cuando no. En el nacimiento de una vida y el final de otra. Se entiende entonces su valor y se disfruta un poco más.
Yeny Chanchari Huiñapi sosteniendo una mocahua. Las mocahuas son vasijas de barro hechas a mano por las mujeres Shawi. Se decoran con líneas irregulares en los bordes, pintadas con tintes naturales y que narran eventos cotidianos y el entorno natural.
A la chacra se llega caminando. Vamos en fila, siguiendo los pasos de Isidro Chanchari, quien cedió la media hectárea de tierras destinadas a la siembra de tubérculos. Un acto de generosidad que percibimos no es su única virtud. Junto a su esposa, crió a sus hijos según el modo de vida Shawi, transmitiéndoles el idioma y los conocimientos ancestrales a través del quehacer diario. Isidro también es vegetalista y posee el conocimiento más valorado en su comunidad: saber curar. Aprendió de su abuelo y de su padre a usar las distintas hojas y cortezas de su entorno natural para tratar enfermedades como la anemia, síntomas digestivos, resfriados y a sanar heridas. El inevitable encuentro entre el mundo amazónico y el occidental ha hecho que la aspirina se mezcle con las hojas de guayaba, la mangua, la abuta, el casho, el limón y otras plantas del monte que Isidro usa para preparar sus remedios. Pero eso no le incomoda, sabe que el cuerpo a veces necesita algo de química y mucho de fe.
Isidro Chanchari es un sabio de Nuevo Progreso y también vegetalista. Utiliza plantas medicinales para curar enfermedades y sanar heridas. Saber curar es el conocimiento más valorado en la comunidad.
Las hábiles manos de las mujeres trabajan rápido la cosecha. Es evidente el conocimiento que tienen de la tierra. Escarban, aflojan, jalan. Van apareciendo papas de diferentes tamaños y colores. Raíces que evocan al suri, un gusano comestible que habita en la palmera del aguaje. Las amplias cestas que llevan tensadas sobre sus cabezas se van llenando con los tubérculos. Tras una hora, se termina la faena. Parece poco, pero el esfuerzo de no solo ese día, también el de los meses anteriores cuidando la siembra, se refleja en la abundancia de la cosecha. Toca pesar lo cosechado, se hace en la misma chacra, con una pequeña balanza. Los números son mejores de lo esperado. Solo los superan la satisfacción que reflejan sus risas.
Las mujeres son quienes trabajan la siembra y la cosecha de las papas. Cada una tiene una parcela en la media hectárea de chacra destinada a la producción de los tubérculos.
Sabina Pizango y Norith Pizango trasladan la cosecha dentro de unas cestas grandes tejidas a mano por los hombres con la fibra del tamshi, que se encuentra en el monte. La forma de cargarlas colgadas sobre la cabeza es común en la Amazonía.
La mañana siguiente la escena se repite: el carro, la trocha, el viaje a la comunidad. Nos dirigimos esta vez a 10 de Agosto. Allí, un grupo de mujeres Shawi también se dedican a mantener vigentes los alimentos de su pasado. Esperamos en casa de Manuel Pizango, asistente de investigación en Mama’Imin y habitante de la comunidad. Van llegando las mujeres. Visten pampanillas, faldas tradicionales que tejen y tiñen, plasmando iconografías de serpientes y ríos. Al moverse, las semillas que cuelgan del borde inferior imitan el sonido de la lluvia. Vemos cómo se van llenando las mocahuas y recibimos nuevamente el masato. Nos sentimos agradecidas.
Antes de salir hacia la chacra, Ariadna Oliveri, investigadora de Mater, les comparte imágenes de platos elaborados en el restaurante Kjolle, que incluyen las sachapapas moradas provenientes de ambas comunidades. No hablamos el mismo idioma pero entendemos lo que se dicen entre ellas. Lo traducen los gestos de sorpresa y los ojos bien abiertos. Acostumbradas solo a hervir el tubérculo, estas otras posibilidades despiertan su curiosidad. Ariadna promete un momento para cocinar y un intercambio de recetas al volver de la cosecha.
Ariadna Oliveri, investigadora de Mater, muestra imágenes a las mujeres Shawi de platos elaborados en el restaurante Kjolle con los tubérculos amazónicos.
Las hojas que fueron arrancadas durante la cosecha continúan esparcidas en el campo. Los tubérculos se han amontonado según el tipo y parcela de la que provienen. Aquí la producción también ha sido buena. Norith Pizango, artesana y agricultora, cuenta que no esperaba tanto. Que su madre y su abuela le enseñaron a cultivar estas raíces comestibles. Dice que aprendió de ellas el valor de sembrar su propio alimento. En su chacra tiene distintos tubérculos, pero sueña con diversidad. Quiere un huerto parecido a una despensa. No lo dice, pero habla de seguridad y soberanía alimentaria.
Norith Pizango aprendió de su madre y su abuela sobre la importancia de cultivar sus propios alimentos para tener seguridad alimentaria. En su chacra crecen tubérculos y espera poder sembrar vegetales para que su alimentación y la de su familia sea variada.
Sobre la mesa en la cocina de Rogelia Pizango, esposa de Manuel Pizango, se despliega una variedad de insumos: la cosecha del día, acompañada de coco, sachaculantro, cidra, ajíes y hojas de bombonaje. Hay expectativas mientras las mujeres se agrupan alrededor de Ariadna. Como ha sido recurrente en el viaje, se dialoga sin palabras. Los ingredientes a los que están acostumbradas se van transformando. Tanto que parecen nuevos. Papas en patarashca, ensaladas calientes de raíces, aliños con agua de coco y crujientes de tubérculos abren un panorama interesante. Al grupo de mujeres se han sumado un número de vecinos curiosos, que han entrado a la cocina inadvertidos, atraídos por la novedad. El masato va pasando de mano en mano. Se va dibujando una escena familiar, con gente cocinando y compartiendo, de pronto, las diferencias culturales comienzan a desvanecerse.
Con un encuentro de cocina, Ariadna Oliveri comparte con Norith Pizango Yumi, Carlota Mapuchi Tangoa y Senaida Torres Mapuchi diferentes maneras de cocinar los insumos amazónicos tradicionales. Se abrieron otras posibilidades de preparación para las mujeres, quienes acostumbran a solo hervirlos.
Como suele ocurrir, los días quedan cortos cuando lo que hay por aprender parece interminable. Sin embargo, este intercambio de historias y saberes nos abrió nuevas perspectivas a todos. Una vez más, los alimentos se convirtieron en el vehículo que nos conecta con algo mucho más vasto. Cerramos el viaje con innumerables razones para volver, y con un horizonte que promete aún más por explorar.